sábado, 30 de julio de 2011

Andanzas ©

El sudor frío empapó su ropa. En un parpadeo alcanzó a ver las blancas y frías paredes de aquel baño: sintió que estaba dentro de un refrigerador. Sentada sobre la tapa del excusado, Sandra tuvo miedo de abrir los ojos y desvanecerse, pero cuando la cabeza además de girar vertiginosamente, comenzó a producir ecos que le retumbaban en los ojos no aguantó: su cuerpo se dobló como si fuera de hule hasta tocar la frente con las rodillas. No duró mucho en esa posición, apenas tuvo tiempo de pararse y levantar la tapa para sentir que le salía por la boca el estómago, el alma y hasta el cerebro. Luego, tras visitar el infierno con todo el cuerpo, se recargó en la pared con la horrible sensación de que caería en cualquier momento.

Mientras las paredes daban vueltas en torno suyo dio unos pasos y logró llegar hasta el lavabo. Estuvo a punto de no reconocer el rostro pálido que le miraba desde el espejo con los ojos llorosos por el esfuerzo y el cabello como tinta derramada sobre la frente sudorosa. El agua fría sobre la cara no le hizo mucho efecto, apoyó los antebrazos en el lavabo y endureció las corvas hacia atrás para sostenerse porque las piernas se le doblaban. Recargó la frente sobre el frío metal de la llave, sus ojos quedaron muy cerca del oscuro hoyo del desagüe: pensó que debería escurrirse por ahí y desaparecer del mundo, era lo mejor que le podía pasar en ese momento. Otra arqueada en el estómago le hizo escupir pura saliva, ya no le quedaba nada que echar, pero el demonio en su cuerpo le exigía el pago de todos sus excesos. Sandra pensó: “Si mi mamá me viera así”. Se acordó de Dios, aunque no creía mucho en él, “¿Y si me muero aquí sola en este pinche bar parisino de mala muerte?, ¿y si me recoge una ambulancia y se dan cuenta de que estoy intoxicada y me meten a la cárcel?”. El miedo le recorrió todo el cuerpo.

Respiro hondo y trató de controlarse, tras unos minutos de pánico se sobrepuso. De nuevo se sentó sobre la tapa del excusado y su cuerpo descansó, le dio sueño y entrecerró los ojos mientras con el hombro se recargaba en la pared. Escuchó que otras mujeres entraban y hacían uso de excusados y lavabos, oyó como corría el agua por las llaves y las tuberías y le dio mucho más frío. Cada vez que alguien entraba o salía por la puerta alcanzaba a escuchar el ruido del bar: Smashing Pumpkins cantaban miento,... espero,... me detengo,... dudo,... soy,... respiro,... pienso lo que podría ser... Era una tontería identificar una canción en el estado en que se hallaba, pero no era algo voluntario. Del mismo modo, la memoria le trajo imágenes de días atrás

La mañana en Notre Dame que vio a dos jovencitas rezar con gran devoción frente a un altar de la virgen de Guadalupe, ella no sabía que había uno ahí. Cuando terminaron, Sandra escuchó que pedían ayuda a otros mexicanos: les habían robado pasaportes y dinero. Tras un rato, antes de irse, las oyó cuando decidieron depositar el último peso mexicano que traían en la alcancía de madera frente a la virgen mexicana. Mientras Sandra las observaba desde la sillería de madera y mimbre, rodeada de hordas de turistas gringos y japoneses que recorrían la catedral, se preguntó si ella sería capaz de sentir tanta fe, pero no se pudo responder. Volvió a su presente y se preguntó si tendrían frío esta noche esas muchachas, “¿Un frío como el de las paredes blancas del pinche baño en el que ella estaba?” Su memoria siguió retrocediendo en la helada noche del baño parisino.

Semanas atrás, una cruda noche de diciembre envolvía la estación fronteriza de Port Bou, todos los viajeros que debían transbordar del ferrocarril español al francés, se refugiaron en los pasajes subterráneos mientras el tren realizaba las maniobras en las vías. Si esperar en los andenes era impensable para los europeos, para una mexicana sería mortal, y sin embargo, Sandra no pensaba en el frío. Recargada en la pared de aquel pasaje, todo el trajín de la estación y los pasajeros era más bien como un decorado, una escenografía que se movía detrás de Alan, el muchacho francés que con ahínco rayano en la desesperación, le rogaba que no tomara el tren a Milán sino que tomara uno con él, rumbo a París.

Lo había conocido en Barcelona una semana atrás. Apenas llegó y vio la vestimenta de las jóvenes españolas, Sandra sintió una libertad inusual que quiso vivir, así que se puso una minifalda verdaderamente corta y después se dirigió al barrio Gótico. Caminó sus callejuelas disfrutando el hecho de que los europeos insistentemente voltearan a verla y así llegó hasta la catedral, al poco rato sintió quien sabe cómo una mirada sobre ella y comenzó a buscar de quién era. Y lo que comenzó un juego de escondidas entre las columnas, terminó en la plaza Sant Jaume en fenomenal ligue con un francés, quien la halagó como nunca lo habían hecho. Así pasó Alan en su vida.

En México Sandra gustaba a los hombres, pero aquí era diferente, era una victoria muy especial descubrir que los güeros no sólo enloquecían con sus grandes ojos negros, su cabello rizado y oscuro y su piel morena; además, estaban prontos a cumplir sus mínimos deseos con tal de conquistarla. Toda la semana el pretendiente francés no se le despegó y con él recorrió Barcelona y las interminables escaleras del barrio judío de Girona.

Ahora tenía que decidir entre seguir su plan de visitar Milán y bajar hasta Roma, para luego tratar de embarcarse a Grecia. Aunque también podía aceptar la invitación de ir a París con Alan y descubrir qué pasaba con aquel enamorado repentino. El invierno comenzaba y el frío la empujaba al sur, además le habían dicho que allá le sería fácil conseguir trabajo. Mientras escuchaba por enésima vez los argumentos que trataban de convencerla, supo que iría a París, pero desvió la mirada un poco hacia un lado del alto y desgarbado muchacho francés y esbozó una sonrisa para sí misma ocultándola con su cabello suelto. Por unos segundos su mirada se cruzó con unos ojos que la miraron al pasar a unos metros de ahí, sin saber porqué, tuvo la certeza de que era un mexicano. Se parecía a José, un enamorado que había tenido en la Universidad e igual que con él, en la mirada de aquel muchacho, sintió que le adivinaba las ideas que le cruzaban por la cabeza. José, el hombre que no se había atrevido a amar.

Sus pensamientos fueron interrumpidos por el anuncio para abordar el tren, el murmullo creció y todo mundo se puso en movimiento. La excitación de la partida llenó el ambiente dentro del túnel, Sandra tomó sus cosas y enfiló rumbo al andén que la llevaría a París, al comenzar a subir las escaleras volteó a buscar el rostro que estaba segura era de un mexicano: ya no lo encontró. Por un momento tuvo un mal presentimiento, pero pensó “Aquí en Europa me estoy volviendo supersticiosa y eso no es nada bueno ¿En dónde estaría José?”

En París la novedad de salir con Alan duró una semana. El muchacho la adoraba y hacía todo lo que ella quería, así que ella se aburrió muy pronto y empezó a buscar la manera de levantar el vuelo; de hecho, la salida a un restaurante y un bar esta noche, era una especie de despedida, sin que lo supiera él obviamente. El vino comenzó a correr con la cena y en los bares que visitaron; en uno de ellos, Alan encontró a un grupo de amigos que los invitaron a unírseles, ella aceptó de inmediato, sobre todo cuando se sintió atraída por un italiano que venía con el grupo, se llamaba Massimo.

El italiano quedó prendado de inmediato de la mexicana, después de que circularon en la mesa varios porros de hachís la invitó a bailar. En la plática Sandra supo que él era otro europeo más harto de su continente; esperaba salir esa noche rumbo a Amsterdam, para tomar ahí un vuelo precisamente a México en pos de su sueño: un lugar donde hiciera calor, lo recibieran bien y todo fuera barato. A Massimo le pareció una buena señal que a punto de embarcarse, se le apareciera esta belleza de piel morena, de la que muy pronto recibió también señales de atracción mutua. A la primera oportunidad le preguntó sobre el francés, Sandra se encargó de que quedara bien claro que nada la unía a él, pero que tampoco pensaba embarcarse de regreso a México. La euforia de la noche le hizo sentirse dueña del mundo, no le importó ser brusca con Alan ni hacer un berrinche como pretexto para despedirse de él en algún bar de la madrugada. Después, con una chica holandesa inhaló un poco de coca en un baño y salió despampanante a tomarse una copa más de vino. Las consecuencias no se hicieron esperar, pronto tuvo que volver al baño con todos los síntomas de haberse cruzado.

Las lágrimas bañaron de nuevo el rostro de Sandra, pero ahora no eran de dolor físico sino de soledad. La tristeza invadió sus pensamientos y surgió el recuerdo de su familia, después el de Sergio su esposo: lo había dejado en Londres estudiando la maestría después de tres meses de matrimonio; un matrimonio que simplemente había sido su boleto para llegar a Europa. Se había alejado de él con un sentimiento de liberación y con el gusto de sentirse responsable por completo de sus actos; ahí había comenzado sus andanzas, desde entonces estaba viajando y conociendo Europa.

"¡En qué mal viaje te metiste pinche Sandrita!" pensó, y de nuevo se acordó de José, su pretendiente estudiantil, siempre le había recomendado cuidar mucho de no cruzarse metiéndose diferentes estimulantes a la vez. Le pareció escuchar su voz “porque entonces sí ves a dios y al diablo al mismo tiempo". Se puso de pie y se lavó la cara, esta vez se sintió mejor, se enjuagó la boca y se limpió la nariz, puso un poco de rubor en sus mejillas y se pintó una gruesa raya en los párpados. “Me veo de la chingada” murmuró para si misma. Controlando la vergüenza decidió sobreponerse y esperó un poco.

Había perdido la noción del tiempo y no salió hasta que pudo caminar sin marearse. Al entrar al salón sintió asco con el humo de los cigarrillos, la música le penetró en el cerebro y el calor de los cuerpos apretujados la envolvió de nuevo en sudor frío. Con dificultad llegó a la mesa y se espantó de no ver a nadie más que a Massimo, cuando preguntó dónde estaban los demás, un gesto del sonriente italiano lo dijo todo: se habían ido. La alegría que hubiera sentido en otras circunstancias de pronto se convirtió en miedo: “No conozco a este hombre, no tengo donde quedarme más que la casa de Alan, no tengo puta idea de donde estoy, no conozco París, hablo muy poco francés y nada de italiano”. Al sentarse, tuvo de nuevo la sensación de que veía a dios y al diablo al mismo tiempo.

El resto de la noche fueron retazos de realidad, malestar, fantasía, soledad y dolor. Massimo, al verla tan pálida, la sacó al aire fresco de la madrugada donde se puso peor. Las piernas de Sandra se volvieron de chicle y su rostro parecía una máscara de masa cruda. En vilo y casi desmayada, el italiano la subió a un taxi manejado por un árabe, Sandra medio escuchó una discusión en alguna mezcla de idiomas que solamente logró confundirla aún más. Con los ojos entrecerrados, ausente de sí misma y fuera de toda realidad, veía a través de los vidrios empañados las luces sobre las calles húmedas, esporádicamente escuchaba alguna sirena policíaca con su aullido intermitente “Como de película europea” pensó.

Oyó el crujir de la madera mientras la subían en brazos por una escalera, luego, los pasos fueron opacados por la alfombra que llegaba hasta una puerta. Poco después, su cuerpo se entumía sobre una cama helada: escuchó la voz de Massimo diciendo algo de la calefacción. Mientras él la desvestía, ella vio los hermosos ojos color verde y el cabello castaño del italiano, le acarició la barba y supo que le gustaba mucho, pero ella no estaba en condiciones para el sexo: sentía curiosidad y atracción, pero no deseo. Con los ojos cerrados pensó "Lo mismo de siempre ¿por qué para los hombres es tan importante acostarse conmigo?, ¿por qué no puedo sentir nada aunque me guste mucho mi pareja?, ¿por qué le llaman a esto hacer el amor?". Las dudas y las preguntas le surgían sin orden y espontáneamente, se acordó de la amiga que decía que las mujeres no racionalizaban en el momento de compartir la cama con un hombre y se sintió peor por hacerlo.

Momentos después sintió el cuerpo de Massimo sobre ella. Prefirió mantener los ojos cerrados, ya no podía hacer nada para negarse, por experiencia sabía que se saldría con la suya y más valía dejar que todo acabara rápido. Cuando sintió la boca de él entre sus piernas abrió los ojos y vio el foco desnudo y sin lámpara en el techo, Massimo se retiró y quedó hincado frente al sexo de ella mirándolo fijamente, Sandra al ver su excitación, decidió dejarlo hacer lo que quisiera, levantó las piernas hacia el techo y fijó su mirada en el foco, él, reanudó su tarea.

Al otro día Massimo canceló su viaje y le propuso a Sandra que lo acompañara a Florencia, le ofreció un departamento y pagarle las clases de danza que tanto quería ella tomar en Europa. Vivirían unos meses ahí para que aprendiera italiano y si congeniaban, regresarían a vivir en México y tendrían familia. Sandra pensó que era demasiado pronto para pensar en matrimonio, pero el chico era bastante guapo, le resolvía su situación momentáneamente y el futuro que le ofrecía no era nada despreciable. "Lo que pensarán mi familia y mis amistades cuando regrese casada con este cromo de hombre"

Sandra partió a Florencia, aprendió el idioma y, sobre todo, a dominar a los italianos, que no era poca cosa: tenían la plena certeza de que todas las mexicanas eran unas "calientes". El carácter fuerte y la atracción física que Sandra manejaba con astucia le permitió sobrevivir y acumular fuerza. Con paciencia, pero sobre todo con una mezcla de desapego y melosidad logró dominar a Massimo y atarlo a ella.

Dos años después de su partida, el regreso de Sandra a México fue triunfal, al lado de un güero de ojos claros, barba cerrada y un buen ahorro para instalarse en México. Del esposo que la había llevado a Londres no supo más. Acorde con el descubrimiento de sí misma que había hecho en Europa comenzó a escribir y a pesar de algunas dificultades iniciales, logró venderle sus artículos a una revista. Después, la crisis económica acompañó su embarazo y la inestable situación del país complicó la estancia de Massimo. Las dificultades la hicieron madurar, la hija le trajo responsabilidades y el matrimonio aburrimiento e insatisfacción. Un día descubrió que su vida había cambiado irremediablemente y para siempre sin que ella se diera cuenta.

Massimo la mantenía bastante bien, iba y venía a Italia dándole espacio para descansar de él y vivir con tranquilidad; en su última carta le decía que tomaría un avión para Jamaica y si podía llegaría a México. Todo parecía bien, sin embargo a veces, cuando le abrumaba la nostalgia, le llegaban los recuerdos de aquel pasaje en los andenes de Port-Bou: sí, ahí había cambiado el rumbo de su vida y era lo que le advertía la mirada de aquel muchacho con pinta de mexicano tan parecido a José.

Un domingo de paseo en Chapultepec con su pequeña hija, creyó volverlo a ver. En algún momento, cansada de caminar por el zoológico se sentó en la banqueta, veía pasar a las familias y se sintió muy sola y embebida en sus pensamientos. De pronto percibió la mirada insistente de un hombre en bicicleta: la miraba y la miraba como queriendo reconocerla. Con vanidad y curiosidad pensó que ella había cambiado mucho, sobre todo ahora que desde su embarazo estaba gorda y con huellas de paño en el rostro. A decir verdad, ella tampoco reconocía a aquel hombre, aunque tenía cierto aire de rostro conocido. El rostro de la estación de Port-Bou cruzó por su cabeza y después el de su pretendiente en la Universidad, “No puede ser José, sería como si los años no hubieran pasado por él; además, este hombre tiene un atractivo que él nunca tuvo. ¿Por qué me mira con tanta insistencia?, ¿le gusto?, ¿Porqué no me atreví a intentarlo con José? ¿En qué momento cambió mi vida sin hacer nada para darme cuenta?”

Ninguno de los dos, ni Sandra ni José tenían ganas de una aventura, pero menos tuvieron el valor ni la suficiente certeza para saludar un rostro del pasado que aquel día se les apareció a ambos, como uno de esos fantasmas que tanto abundan en el bosque de Chapultepec. ©

Video: Chapultepec impresionista: http://bit.ly/9sdOsg

Este es otro relato perteneciente a la serie "La Despedida" del que han sido publicados en este blog:

Moronita: http://bit.ly/cnC3u1

Chambas: http://bit.ly/btHs84

La Despedida: http://bit.ly/lt9PdW

Caricias: http://bit.ly/oEykt9

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