sábado, 25 de junio de 2011

La Despedida ©

- No, no te necesitamos! - Casi al unísono y aguantándose la risa se lo dijeron. Después, amablemente, como jugando pero con firmeza, lo empujaron fuera de la recámara y cerraron la puerta. El observó cómo el entorno de luz en el umbral desaparecía al ser apagada, mientras risas de travesura infantil eran sofocadas por las cobijas. Se dirigió a su dormitorio por el pasillo en penumbra. La duela rechinó con cada uno de sus pasos mientras los cuadros y los adornos le hacían guiños entre las sombras y la pared.

Ya acostado, con las manos entre la cabeza y la almohada, vio que las estrellas brillaban en el techo formando sus tres constelaciones favoritas y entonces se preguntó a sí mismo: “¿Cómo llegó a sucederme esto?”. No pasó mucho rato para que sus pensamientos fueran interrumpidos por los conocidos jadeos de placer de Alexa.

Alexa y él se habían conocido muy jóvenes, cada uno había encontrado en otra persona su pareja, pero un algo desconocido que sintieron como ausencia del otro, los reunió a los dos por su cuenta: un poco por accidente de las circunstancias, otro tanto porque lo deseaban y calladamente lo buscaron. Durante una Navidad en la que sus parejas salieron de viaje con sus respectivas familias, ellos decidieron pasar una tarde juntos como amigos, una tarde que se convirtió en toda la noche. Al otro día, un tibio instinto de culpabilidad terminó en apasionado abrazo amoroso bajo la mesa donde desayunaban.

La emoción de las primeras semanas de enamoramiento les hizo escaparse cuantas veces pudieron para estar juntos. La emoción no se agotó y más bien dio paso, con los meses, a un pacto tácito que no afectó a sus parejas. Cuando tiempo después ambos se casaron, asistieron a sus respectivas bodas y sinceramente se desearon felicidad, pero no por eso dejaron de verse. Largas charlas entre los dos desnudos en la cama, les confirmó que ni amaban menos a sus cónyuges ni les desagradaba andar ellos como novios.

Fue dos años después, mientras él buscaba departamento para trasladar su estudio, cuando encontró un curioso anuncio que decía "Se renta bonito departamento pequeño a matrimonio joven y agradable". Lo platicó con Alexa y decidieron rentarlo. Disfrutaron y se divirtieron mucho al actuar como un matrimonio de profesionales que viajaban constantemente y que podían llegar lo mismo juntos o separados. Así fue el trato entre ellos y la imagen para el casero. Lo pagaban entre los dos y lo podían ocupar para lo que quisieran, en primer lugar para escaparse de sus rutinas y para poder verse con tranquilidad, pero también y sobre todo, para estar solos. Poco a poco, sin planearlo mucho, fueron creando un espacio propio y secreto, algo que era solamente de ellos dos y, al mismo tiempo, de cada uno.

Así transcurrieron cuatro años, se veían sin ninguna regularidad y sin obligaciones de ninguna parte. Alguna vez que pasaron varios meses sin verse estuvieron a punto de dejar el departamento, pero sin ponerse de acuerdo, coincidieron el día en que pensaban sacar sus cosas y terminaron haciendo el amor en forma tan vehemente y apasionada que inmediatamente después renovaron el contrato.

El paso del tiempo y la confianza como amigos les hizo compartir los altibajos del matrimonio de ella: una larga separación de su marido, una aventura de varios meses con un pretendiente, un intento de reconciliación con su marido y la separación final. De él, festejaron la coordinación de un suplemento cultural y la publicación de un libro de cuentos, así como dos separaciones y su nueva soltería. En alguna ocasión tuvieron un nuevo barrunto de despedida, pero ésta se derrumbó con la cadencia de la acertada selección de música de jazz que hicieron ambos, como fondo, sus mutuos deseos dichos en voz alta, acerca de qué ropa irse quitando y cómo. La meta era mostrar poco a poco todo el cuerpo de Alexa a la incansable mirada de él y el murmullo de ella que en tono de reclamo le decía: Mira cómo me pone de mojada tu mirada cabrón!. Las estrellas titilantes en el techo se asociaron para siempre en el recuerdo de ella al desvestirse y dejar al descubierto sus piernas y su cuerpo enfundados en lencería blanca, encajes y calados que hacían más largo el tiempo. Así las caricias se convirteron en premura y ansia de continuar juntos a la distancia.

El silencio de la noche fue roto por un trajin en la cocina, el cuchicheo de Montserrat le recordó su pasión por las golosinas después de hacer el amor. Voces apagadas llegaron por el pasillo y las risas parecieron sellar la puerta de la otra recámara al cerrarse de nuevo. Se acordó de la primera vez que las presentó. Alexa, con su cabello rizado y húmedo por el baño, vestía una falda sastre entallando su delgado cuerpo y medias negras acariciando sus largas y torneadas piernas. Aquel día ella salía apresurada hacia el trabajo cuando en el vestíbulo se topó con Montse que emergió de la cocina envuelta en bata de baño y con un pastelillo en la mano. Las dos mujeres eran altas y delgadas y tenían una hermosa piel morena clara; Alexa, al reir, mostraba unos hoyuelos en las mejillas, era más llenita de caderas y piernas, y sus pechos eran redondos como fruto maduro. Montse tenía unos ojos hermosos de mirada brillante, una risa contagiosa, labios carnosos que invitaban a morderlos y torneadas piernas para escalarlas como las columnas de un recóndito templo de oscuros placeres. Se saludaron con un beso en la mejilla y una rápida mirada mutua mostró que habían simpatizado.

Después de todos esos años, Montse fue la primera persona –aparte de ellos- que se quedó en el departamento. Al principio, cuando decidieron rentarlo, el pacto había dejado abierta la posibilidad para que cualquiera de los dos llevara algún acompañante ocasional, pero sin proponérselo habían logrado la fidelidad. Como le gustaba bromear a él, solamente "se eran infieles con sus cónyuges". Ahora, él le pidió a Alexa permitir que se refugiara una amiga recién separada.

Montserrat era diez años más joven que ellos. Casada a los veinte, tras cinco años de matrimonio había descubierto no sólo el error de juventud, sino sobre todo la inmadurez de su esposo a quien había conocido como pasante en la Universidad. En contraste, el compañero de trabajo, con quien había encontrado afinidades intelectuales y descubierto placeres ocultos, le había hecho asumir su propia cachondez -como gustaba él de describir el erotismo de Montse- y era el único a quien podía recurrir en aquel momento de acelere en el que decidió tomar su ropa y dejar la casa matrimonial.

Alexa no se opuso y solidariamente, tras de escuchar la historia, dio su visto bueno para que ocupara la pequeña habitación pensada como costurero. En unas cuantas semanas, Montse cubrió con nueva luz aquel espacio, habitante única y cotidiana llenó el silencio y la soledad reservada a los "novios casados con otro" como bautizó a sus anfitriones, respetando sus gustos y los objetos que habían llevado ahí a lo largo del tiempo. Con pequeños guiños, Montse fue impregnando de su perfume el departamento y terminó integrándose como a una pequeña familia. Todo caminó bien hasta que ella y Alexa coincidieron una fría tarde de invierno y decidieron, al calor de una botella de vino tinto, platicarse extensamente sus secretos y terminar planeando una fiesta sorpresa para él, una fiesta para su cumpleaños que sería unos cuantos días después.

La fría noche de enero en la que hicieron la fiesta, quien lo recibió en la puerta fue Montserrat. Vestía una entallada y corta falda negra que dejaba ver sus largos muslos morenos, la había combinado con una blusa azul eléctrico de tela satinada que al abrazarla, permitía sentir la tersura de su piel y las orillas de su sostén como suplicio de Tántalo. Cuando minutos después se escuchó la llave que abría la puerta, los ojos de Montse de niña traviesa destellaron, Alexa saludó con un hola juguetón mientras depositaba sobre la mesa los paquetes con las viandas ya preparadas. Al quitarse la gabardina, él se sintió indefenso y se paralizó su mirada con el minivestido rojo que resaltaba las deliciosas y sinuosas formas de Alexa. Alcanzó a captar una cómplice mirada entre ellas, pero sin imaginar de lo que son capaces dos mujeres cuando se trataba de despertar el deseo de un hombre para perturbarlo. Al igual que lo había hecho en los momentos en que su vida se había cruzado con la de ellas, lo único que se le ocurrió fue seguir el consejo de don Juan: tirarse de cabeza, lleno de miedo y con absoluta confianza.

Bailó por turnos con una y otra, después, abrazados los tres enmedio de la euforia, ellas se alternaron para festejarlo, poniendo su música favorita y luego sonsacando sus deseos más recónditos entre el vino, las bromas y las caricias. En algún momento de la deliciosa noche Montserrat comenzó a desvestirse y poco después se le unió Alexa; lo último que le preguntaron con risas de niñas inocentes fue qué quería de regalo especial. En la madrugada, en la penumbra del dormitorio -no se acordaba cuál- entre los humos y vapores del incienso, el tabaco y el alcohol, con la voz de Edith Piaf que cantaba en la sala, y desde un rincón en el que deseaba pasar desapercibido, observó el cuadro más exquisito y bello al que puede acceder la mirada de un hombre: Alexa y Montserrat, Monse y Alejandra, no sabía quien era cada quien, porque aquellas caricias y besos eran una mezcla de ternura y placer entre leves jadeos y suspiros. La piel de ambas se llenó de sombras y brillos húmedos, los pliegues de sus cuerpos eran tocados con manos, cuerpos, bocas y miradas. La humedad que él sintió en los ojos fue como un mínimo pago por acceder a un conocimiento vedado a los hombres: el del absoluto placer femenino. Después, desnudas en todo momento, tras haber recorrido toda la gama de las delicias que se pueden proporcionar dos mujeres, vinieron por él y lo arroparon en la cama para retozar con su cuerpo mientras la luz del día comenzaba a asomar por la ventana. Fue el crepúsculo más bello que recordaba.

A partir de aquel día la vida interna en el departamento comenzó a cambiar. Primero poco a poco y después en forma patente dejó de ser invitado a mirar, y cada vez más noches fueron compartidas en la cama solamente por ellas dos. Amables con él, lo recibían contentas para tratarlo casi como el niño consentido de la casa, pero también muy claramente sentía que las dos mujeres ponían un tácito límite a su relación y a partir de ahí, ya no le era posible a él acceder por ningún motivo. Había sido expulsado del paraíso.

De nuevo el crujido de la duela en el pasillo interrumpió sus pensamientos, escuchó los pasos de ambas mujeres dirigiéndose a su dormitorio, entraron y sin más se le metieron en la cama y comenzaron a acariciarlo. Sabía que no tenía defensa ninguna ante los hechizos combinados de Montse y Alexa. Agotado y felíz, en algún momento de la madrugada se quedó dormido como un tronco para ser despertado hasta el mediodía por el ominoso silencio del depa. Medio dormido volteó al buró en busca de la hora y entonces se topó con el destino en un pedazo de papel y un mensaje, el pecho le dio un salto cuando comenzó a leer:

Corazón:

Nos has dado hermosos momentos en la vida y te lo agradecemos, pero lo más bello que nos pudiste dar fue el habernos juntado. Comparado con la patanería de la mayoría de los hombres te mereces un lugar en el cielo, nos ha costado trabajo prescindir de tus manos pero sobre todo de tu mirada. Lástima que seas hombre, se equivocaron contígo, merecías haber sido mujer.

Si alguna vez nos necesitas tú sabes que nos encontrarás, si quieres quedarte con el depa estás en libertad de hacer lo que quieras, te dejamos las llaves y un mes de renta para que no te compliques la vida. Te deseamos lo mejor y que no guardes rencor sino un hermoso recuerdo de tus dos novias. Como seguramente sucumbirás a tu vicio y escribirás sobre nosotras, ahí veremos cómo nos guardas en tu memoria.

Con todo y mucho amor. Alexa y Montse, clavo y canela para hacer tu eugenol. ©

COMENTARIO BIBLIOGRAFICO

Más a la sombra de un famoso y ahora obsoleto libro titulado “El Nuevo Desorden Amoroso”, en realidad este relato podría titularse “El amor antes de Twitter”; si se escribiera hoy, los personajes probablemente se la pasarían tuiteando entre ellos en lugar de hacer el amor… #dicen

El texto es parte de un libro de cuentos sobre mujeres editado hace unos años en forma privada. Relatos que dieron pie a este blog en su inicio con la idea de publicarlos; pero twitter llevó el blog por otros rumbos y solamente otros dos relatos han visto la luz en él. (Moronita: http://bit.ly/cnC3u1 Chambas: http://bit.ly/btHs84 )

2 comentarios:

  1. Wowww, que agradable sorpresa leerte, bien guardadito que te tenias. Te mando un abrazo afectuoso y besos mil. Luz

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